Principios, historia y soberanía: mensaje central a siete años de la transformación

El Zócalo de la Ciudad de México comenzó a llenarse desde temprano. No hubo estridencias, sino un movimiento constante, disciplinado, casi metódico, de personas que avanzaban por las calles del Centro Histórico rumbo a la Plaza de la Constitución. A media mañana, el flujo ya era ininterrumpido. Para cuando inició el acto, la Secretaría de Gobierno estimaría más de 600 mil asistentes, provenientes de todo el país y de las 16 alcaldías.

La ciudad respondió con un operativo de seguridad amplio y visible, pero no invasivo. Elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana recorrieron las calles, supervisaron accesos, mantuvieron comunicación permanente. Los informes oficiales lo sintetizaron en dos frases: “ambiente seguro” y “saldo blanco”. Quienes acudieron confirmaron lo mismo: el tránsito fue fluido, la concentración se desarrolló en orden.

Cuando la presidenta Claudia Sheinbaum tomó la palabra, el Zócalo ya era un mosaico de sectores sociales, organizaciones, colectivos y familias. Su mensaje se construyó sobre una línea clara: el significado de los siete años de la llamada Cuarta Transformación. Habló de referentes históricos —Hidalgo, Morelos, Guerrero, Leona Vicario, Josefa Ortiz— y de principios que, aseguró, continúan guiando la acción de gobierno: honestidad, justicia social, igualdad y un humanismo que reivindica a los grupos históricamente excluidos.

Principios, historia y rutas políticas: la línea del mensaje

A ratos, su discurso adoptó un tono reflexivo. Señaló que no cree en el poder del dinero, que la política sólo es legítima cuando responde al interés público, que la prosperidad debe compartirse para ser verdadera. Recordó frases de la tradición juarista y subrayó la influencia de los revolucionarios Emiliano Zapata y Francisco Villa, así como la vigencia de la Constitución de 1917.

También dedicó un tramo importante a responder críticas recientes. Negó que el país viva un retroceso democrático y mencionó episodios del pasado para contrastarlos con las reformas actuales: el plebiscito, la revocación de mandato, las elecciones que —enfatizó— se realizan sin interferencias. Aseguró que su gobierno no practica la represión, rechazó cualquier vínculo con grupos criminales y subrayó que, en caso de abuso de autoridad, los responsables son sancionados. La multitud, compacta, escuchó en silencio.

El tema económico ocupó otro espacio central. La presidenta destacó el incremento del salario mínimo en siete años —de 88 a 315 pesos diarios—, el crecimiento del salario promedio, la baja tasa de desempleo y la fortaleza reciente del peso. Recordó que la inversión extranjera directa alcanzó un récord y que las reservas del Banco de México se mantienen en niveles históricos. “Estamos demostrando que es posible un desarrollo con justicia social”, afirmó.

En materia social, hizo énfasis en la reducción de la desigualdad, en el avance de programas de salud y en el objetivo de construir un sistema universal mediante acciones como la credencialización anunciada. También destacó la reciente aprobación de las reformas a la Ley de Aguas Nacionales y la creación de la nueva Ley General de Aguas, que —dijo— evitarán el acaparamiento del recurso y priorizarán su acceso equitativo.

México no es colonia: una postura reiterada

El vínculo con Estados Unidos fue otro eje relevante. La mandataria retomó su reciente visita a Washington, donde se reunió por primera vez cara a cara con el presidente Donald Trump. Aseguró estar convencida de que el T-MEC se mantendrá pese a las declaraciones del mandatario estadunidense y sostuvo que las economías de ambos países se necesitan mutuamente. Enfatizó que el entendimiento bilateral en materia de seguridad se sostiene en cuatro principios: respeto a la soberanía, responsabilidad compartida, colaboración sin subordinación e integridad territorial.

Ante la multitud reunida, reiteró que México “no es colonia ni protectorado de nadie”, y recordó que envió una iniciativa para blindar constitucionalmente ese principio en el artículo 40 de la Carta Magna.

A lo largo del discurso, el Zócalo se mantuvo atento. Hubo aplausos intermitentes, algunas consignas de apoyo, pero prevaleció una atmósfera contenida, concentrada. Entre los presentes, jóvenes y adultos mayores escuchaban con el mismo interés. Una de las frases de la presidenta —“las y los jóvenes están, en su mayoría, con la transformación”— provocó una de las ovaciones más amplias.

Al final del acto, cuando se anunció la conclusión del informe, la gente comenzó a retirarse con la misma calma con la que había llegado. Los accesos se descongestionaron paulatinamente; el Centro Histórico recuperó su ritmo habitual mientras los asistentes se dispersaban hacia las estaciones del Metro, los paraderos de transporte o los restaurantes cercanos.

El Zócalo quedó nuevamente despejado, pero el eco del encuentro permaneció un tiempo más entre las jardineras, las losas del suelo y las banderas que todavía ondeaban en manos de quienes se alejaban. La jornada terminó con la misma nota con la que comenzó: ordenada, multitudinaria y, según la versión oficial, sin incidentes.