Nobel de la Paz: farsa millonaria que blanquea genocidas y premia traición

Se anuncia un nuevo Premio Nobel de la Paz… 970 mil euros; el premio por la traición al pueblo venezolano, el financiamiento para su guerra sucia y el costo de arrastrarse vulgarmente frente al Imperio… la verdad qué poco dinero vale esa tal Corina y una vez más, me pongo a pensar: mientras algunos se alarman o celebran, una pregunta crucial me surge: ¿realmente importa este galardón?

La historia reciente nos da una respuesta demoledora: el Nobel de la Paz no es un faro de moralidad, sino demasiadas veces un instrumento político que blanquea crímenes y reescribe las biografías de los verdugos. Al genocidio en Gaza no lo van a invisibilizar.

Basta hacer un repaso, no de los olvidados, sino de los “galardonados”. Se lo dieron a Barack Obama en 2009, quien luego presidió ocho años de guerras ininterrumpidas donde tropas estadounidenses combatieron en Afganistán, Irak y Siria, dejando un rastro de dolor y destrucción.

Recuento que duele

Se lo otorgaron en 2020 a Abiy Ahmed, de Etiopía, quien poco después desplegó una ofensiva brutal en la región de Tigray. Los combates dejaron miles de muertos y la ONU describió una “destrucción desoladora”, un eufemismo para la masacre que su gobierno orquestó.

¿Y cómo olvidar a Henry Kissinger en 1973? El arquitecto de los bombardeos secretos en Camboya y el apoyo decidido a sangrientas dictaduras militares en América Latina, recibió el máximo honor a la “paz” mientras su maquinaria de guerra trituraba vidas.

La birmana Aung San Suu Kyi, una vez icono de la democracia, recibió el Nobel en 1991. Años después, desde el poder, “olvidó” su discurso de derechos humanos y guardó un silencio cómplice ante el genocidio que el ejército de su país perpetró contra la minoría musulmana rohingya, según documentó Naciones Unidas.

Y en este circo macabro, surge la figura de María Corina Machado. ¿Premiarán a quien, como gran traidora a la causa soberana de los pueblos, celebró y abogó por leyes que endurecen el criminal bloqueo económico contra el pueblo de Venezuela? Sería la consagración de un premio que no premia la paz, sino la sumisión.

Dinero a la “galardonada”

¿Y qué hay del dinero? Sí, el premio no es solo una medalla. Para 2025, el galardón viene acompañado de una bolsa de 11 millones de coronas suecas, equivalentes a más de 950 mil euros. Es una recompensa millonaria que, en manos de figuras controvertidas, se convierte en un financiamiento opaco para sus agendas o, como mínimo, en un pago por su alineamiento geopolítico repugnante.

Mientras este espectáculo continúa, la pregunta urgente es: ¿por qué permitimos que un comité elitista y oscuro distraiga nuestra atención? Mientras se debate quién recibirá este premio desprestigiado, los verdaderos llamados a la acción siguen esperando.

¿Dónde están las convocatorias masivas para exigir el castigo a los genocidas en Gaza? ¿Dónde la presión imparable para levantar el bloqueo criminal contra Cuba y Venezuela? ¿Dónde las marchas multitudinarias para parar el horror en Haití?

Es hora de desenmascarar este teatro. El verdadero activismo por la paz no se consume en debates sobre un trofeo manchado de sangre mentíras y traición. Se construye en las calles, en la solidaridad internacional inquebrantable y en la denuncia incansable de los poderosos.

Farsa

Gandhi, el apóstol de la no violencia, nunca lo recibió. Su exclusión es el sello definitivo de la farsa. No caigamos en su juego. Desviemos la mirada del escenario y pongámosla en las trincheras de la lucha real. Nuestra energía debe ir dirigida a don realmente importa; a exigir justicia para los pueblos oprimidos, no a validar un premio que, demasiadas veces, debería llamarse Nobel de la Guerra.

La paz no se premia, se construye. Y se construye en la lucha.

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