Desde su retorno a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha sacudido el sistema de comercio mundial con una agresiva política de aranceles recíprocos. El 2 de abril, en lo que él mismo denominó el “día de la liberación”, el mandatario estadounidense anunció una avalancha de impuestos a las importaciones que ha llevado el promedio global de las tasas arancelarias de Estados Unidos a un asombroso 18.20 por ciento al 28 de julio de 2025, una cifra que contrasta drásticamente con el 2.4 por ciento registrado en 2024, marcando el nivel más alto en casi un siglo.
La Unión Europea fue una de las primeras en sentir el impacto. El domingo 27 de julio de 2025, tras días de “muy duras” negociaciones, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, se vio obligada a aceptar un arancel general del 15 por ciento sobre la mayoría de las exportaciones europeas a Estados Unidos.
Este acuerdo, calificado por Trump como “el más grande de los acuerdos”, evitó amenazas previas de gravámenes del 30 e incluso del 50 por ciento.
Los compromisos de la Comunidad Europea
Como parte del pacto, la Unión Europea también se comprometió a comprar 750 mil millones de dólares en energía estadounidense e inyectar 600 mil millones de dólares adicionales en inversiones en suelo estadounidense.
Productos farmacéuticos y metales quedaron fuera del arancel del 15 por ciento, aunque el acero y el aluminio mantendrían un gravamen del 50 por ciento.
Mientras algunos líderes europeos respiraban aliviados ante lo que consideraron “el mal menor”, figuras como el primer ministro de Francia, Francois Bayrou, tildaron el acuerdo de “sumisión” y “un día oscuro”, acusando a Von der Leyen de rendición comercial. El primer ministro húngaro, Víctor Orbán, fue más contundente, afirmando que Trump “se desayunó a Leyen”, a quien llamó una “negociadora pesopluma”.
Al día siguiente, el 28 de julio, el presidente Trump anunció una nueva política comercial global que afectaría a todos los países sin un acuerdo bilateral vigente con Washington, imponiendo un arancel de entre el 15 y el 20 por ciento. Esta medida fue interpretada por muchos como un ultimátum para sentarse a negociar o enfrentar las consecuencias económicas.
La llamada a México
México, por su parte, buscó evitar los temidos aranceles del 30 por ciento. Tras una llamada telefónica entre Trump y la presidenta Claudia Sheinbaum el jueves 31 de julio, se anunció una prórroga de 90 días para los nuevos aranceles del 30 por ciento a los productos mexicanos.
Sin embargo, los aranceles ya existentes se mantienen, incluyendo el 25 por ciento a los automóviles y el brutal 50 por ciento al acero, aluminio y cobre. La medida más notoria es el llamado “arancel al fentanilo” del 25 por ciento sobre muchos productos mexicanos, que se impone como una medida de presión punitiva para que México refuerce sus acciones contra el tráfico ilegal de fentanilo.
Este arancel afecta a productos como automóviles, autopartes, electrónicos, maquinaria, muebles y plásticos, aunque excluye material educativo, obras de arte, donaciones humanitarias, equipaje personal y la mayoría de los alimentos básicos.
México también aceptó eliminar sus numerosas barreras comerciales no arancelarias, mientras la cooperación fronteriza en seguridad y migración ilegal sigue siendo una prioridad para Estados Unidos.
El resto del mundo
No todos los vecinos de Estados Unidos tuvieron la misma suerte. El 31 de julio, Canadá sintió el latigazo con un incremento de aranceles del 25 al 35 por ciento sobre sus productos, en vigor desde el 1 de agosto. La justificación fue la “continua inacción y las represalias” de Canadá en temas como el flujo del fentanilo, aunque los productos cubiertos por el TMEC quedaron exentos.
Ese mismo día, Trump firmó un decreto que impone aranceles recíprocos de entre el 10 y el 41 por ciento a decenas de países con déficit comercial con Estados Unidos. La Unión Europea, Japón y Corea del Sur enfrentarían un 15 por ciento, mientras que Costa Rica, Bolivia y Ecuador vieron sus recargos subir al 15 desde el 5 por ciento previo, e incluso Argentina recibió un 10 por ciento. Siria enfrentaría la tasa más alta del 41 por ciento.
A pesar de todo este andamiaje arancelario, el déficit comercial de bienes de Estados Unidos ha aumentado, alcanzando un récord de 162 mil millones de dólares en marzo de 2025, antes de retroceder ligeramente a 86 mil millones en junio.
Los economistas sugieren que esto se debe a que las empresas estadounidenses se abastecieron masivamente antes de la entrada en vigor de los aranceles, y muchos atribuyen el déficit a desequilibrios estructurales de la economía estadounidense.
Aunque las arcas del gobierno estadounidense se han llenado con ingresos arancelarios que alcanzaron los 28 mil millones de dólares en junio de 2025 —el triple que en 2024— y hay proyecciones de reducir el endeudamiento acumulado en 2.5 billones de dólares en 10 años, la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO) advierte que los aranceles socavan el crecimiento económico y que estos ingresos adicionales se verán neutralizados por las pérdidas derivadas de los recortes de impuestos de la administración de Donald Trump.
El consumidor, el pagador
El golpe silencioso, según los economistas, se siente en los bolsillos del consumidor, ya que los aranceles presionan al alza los precios en Estados Unidos al encarecer las importaciones.
Ya se observan notables subidas de precios en bienes importados como grandes electrodomésticos, ordenadores, material deportivo, libros y juguetes. Investigadores de Harvard han descubierto que los precios de productos importados y nacionales afectados por los aranceles han aumentado más rápidamente que los no afectados.
China, por su parte, ha visto caer sus exportaciones a Estados Unidos en un 11 por ciento, pero ha redirigido su comercio, aumentando las exportaciones a la India (14 por ciento), la Unión Europea (7 por ciento), el Reino Unido (8 por ciento) y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático(13 por ciento).
En este juego de tronos económicos, el verdadero poder no reside en quién impone los impuestos, sino en quién sabe exactamente quién los paga.